Este es el séptimo texto que nos llegó, enviado por Mª Jesús Pérez-Bustos Lealpara el "I Certamen literario feminista La Corrala", llamado: La sala espejos.
Como cada día, me descubro en un ritual disfrazándome de otra que no soy
yo. Ajusto las botas de tacón de aguja en mis piernas como palillos
chinos. Rodeo mi cintura con una mini falda, balanceando mis pechos y
sentir el canalillo bien aireado. En silencio, voy contando uno a uno los
lunares que juegan a desafiarme en un cuerpo que no me pertenece.
Maquillo despacio mi rostro, dándole un toque aterciopelado. A ellos, los
puteros, les gusto “a la plancha”. Dicen que “La Doradita” es la que
mejor come la pescadilla y ellos mueven la cola. Cuando pinto los labios
de carmín, siento que voy con mis amigas a una fiesta de fin de año a la
“Sala Espejos”, como hacíamos en el pueblo al lado del estado de Jalisco.
¡Qué será de ellas! Cierro los ojos, ¡sintiendo! que seguimos jugando a
ser peluqueras debajo del puente que unía un estado con otro. Zoe
Guadalupe y yo, ¡queríamos salir de México, ganar dinero y enviarlo a
nuestras familias! Debajo del viaducto, construimos una cabaña. Allí
vivimos nuestro tiempo adolescente: Aprendimos a fumar, beber tequila,
escuchar música, y ¡soñar! Éramos tres mujeres que vivíamos y nos
divertíamos con la vida. Queríamos tener nuestra peluquería, y hacer
peinados a domicilio. Desde nuestro cobertizo, contemplábamos el
horizonte, que nos decía a gritos ¡¡ salid, qué nada os detenga!! Este
sentimiento nos mantenía unidas. Todas las noches, aparecía un cartel
luminoso que desaparecía al amanecer. Teníamos curiosidad. Zoe Guadalupe
y yo, nos pusimos nuestros mejores vestidos y caminamos hasta llegar a
aquellos destellos de luz. Había música, coches, risas de chicas, que se
divertían como nosotras. Corrimos a toda velocidad para mezclarnos entre
la gente. Zoe, sintió miedo… agarré fuerte su brazo y nos metimos en la
“Sala Espejos”. Entre la nube de humo, calor, y olor a rancio,
desapareció. Alguien me cogió de la mano, ofreciéndome pesos y los guardó
en mi bolso. Jamás había visto tanto dinero junto. Mis pupilas, como
dólares petrificados, no daban crédito a lo que estaba viendo. Caí
redonda en mitad del escenario, parecido una pista de baile. Me desperté
en una habitación rosa, como rosas eran las sábanas y las luces del
tocador. Él estaba allí, esperando a que abriese los ojos. Levanté despacio
los párpados; con el rímel corrido, no pude aclarar quién era aquel globo
aerostático sentado en una esquina, como tampoco sabía que hacía mi
cuerpo en una casa que no era la mía. La mirada del hombre estaba clavada
en mis pezones erguidos, asustados, llenos de miedo. Pedí agua y ¡me dio
tequila! Tiré el vaso e intenté levantarme recibiendo el primer golpe de
mi vida. Grité tan fuerte que me ahogué en silencio. Nadie escuchó nada.
El globo desinflado por la ira, se echó encima, sin poder moverme. Tapó
mi boca, sujetó mis caderas y noté su respiración entre mi camisa.
Imaginé que estaba en la cabaña con Guadalupe y Zoe, hablando de nuestras
cosas, de nuestra amistad y de la vida. Mientras ¡¡¡él!!! frotaba una y
otra vez sus piernas contra las mías. ¡No pude escapar! De una habitación
salté a ¡¡¡otra, otra y otra!!! Me daba tiempo a ducharme, cambiarme de
ropa interior y comer un sándwich que la madame dejaba en la puerta de
cada una de los apartamentos. No era la misma. Mi cuerpo estaba habitado
por otros que venían del pueblo de al lado: “el carnicero, el frutero,
¡el hijo del mecánico! y ¡¡¡ el marido de mi vecina!!!!” El burdel se
quedó pequeño de chicas como yo. De madrugada, me llevaron en coche hasta
la frontera del país, y desde el asiento trasero, escuché mi precio en
dólares americanos. Me vendieron como cabeza de ganado, haciéndome creer
que “era buena con los hombres”. El dueño de la “Sala Espejos” vendió mi
cuerpo al mercado para continuar hasta Europa. Despegué en avión sentada
en primera, con maletas de marca, y ropa interior, donde venía etiquetada
la dirección de mi nuevo destino.
Para el próximo comprador tenía cuatro años menos, y no tenía que darse
cuenta de mi madurez en México. Atrás… dejé a Zoe, Guadalupe, nuestro
refugio, donde mirábamos el amanecer, soñando que algún día “seríamos
libres construyendo nuestros sueños” Desde que bajé en Barajas-Adolfo
Suárez, mi vida fue una noria; cambiando de “una Sala Espejos” a otra por
toda España, hasta que cumplí treinta y cinco años. No era máquina de
hacer dinero para mis proxenetas. Expulsada del burdel, me abandonaron en
una carretera con mis pocas pertenencias. Paró la policía, llevándome a
la comisaría más cercana. Pensé en mis amigas, nuestros sueños, y nuestra
cabaña. ¡¡¡Denuncié!!!. Era la primera vez que me llamaban por mi nombre,
olvidándome del apodo “La Doradita”. Con el tiempo, escapé de las botas
tacón de aguja, camisas transparentes y mini faldas. Me corté el pelo y lo
teñí morado, tal y como teníamos pintada la cabaña mis dos amigas y yo.
La vida iba por un lado, y yo por otro. Me ayudaron a salir, tuve suerte.
Formé parte de un grupo de mujeres que convivían en un piso; lo llamé “Mi
refugio”. Aprendí a saber que debajo de la piel estaba yo. Seguí contando
mis lunares y puse nombre a cada uno de ellos en recuerdo de todas las
compañeras que se habían quedado en el camino. La vida me había dado la
mejor oportunidad. Sé que los sueños se cumplen con la fuerza del corazón
y con la ayuda de otras personas, he conseguido montar una peluquería. Se
llama “La cabaña de Zoe y Guadalupe” dedicada a ellas, y a tantas otras mujeres
que como yo, hemos sido prostituidas y explotadas. Siempre dejo la puerta
abierta para que entren en libertad, se tiñan de morado y salgan con
fuerza, a ser las mujeres que siempre han querido ser, con tacones o sin
ellos.
Texto nº 7. Recibido el 28/05/2022 . I Certamen literiario feminista La Corrala.
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