Aquel día, al
amanecer, abrió los ojos y decidió no empezar cuaderno nuevo. Ese cuaderno de
páginas en blanco, reluciente, pulcro, sin memoria, no lo abriría ese día, no,
no iba a estrenar nada esa mañana.
Esa mañana, ella abrió la vieja vitrina llena de
cuadernos viejos, con tachones, con páginas rotas, de colores pardos y ocres
oscuros, páginas arrugadas y con memoria.
Esa mañana con mucho miedo, se armó de valor y tras
varias vueltas se deshizo de la venda que cubría sus húmedos ojos y leyó, una,
dos, tres y más y más páginas.
Un largo día de suturas, entre tintas oscuras,
cicatrices, grietas, remiendos y zurcidos.
Y se durmió.
A la mañana siguiente, cuando aclaró el día, salió a
la calle, cerró la puerta y no miró atrás.
En una mano un
cuaderno nuevo, blanco, resplandeciente, luminoso, desconocido, para empezar.
En la otra, otro, colorido, vivido, con memoria, para
no olvidar.
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