Pero eso ya es historia, de María Paz González Bodeguero. III Certamen literario feminista La Corrala.
PERO ESO YA ES HISTORIA
La primera vez que Lucas le alzó la mano, Miriam se quedó
inmovilizada. Un estupor la dejó fulminada ahí, sentada en el sofá. Él, con la mano en el aire, no siguió el
recorrido que había trazado en su mente, y disimuló.
─ Es broma. Miriam, te has puesto
pálida. Que es broma mujer, no seas tonta─ había dicho mientras se llevaba la
mano, levantada ya, a la zona posterior del cuello, haciendo ver que se rascaba
─
No me lo ha parecido.
Por favor, no vuelvas a ponerme esa mirada, y ni de broma me vuelvas a levantar
la mano─ respondió ella, para hacer ver como que seguía leyendo a
pesar del temblor interno.
Recuerda ahora el momento con una precisión de cirujano.
Ahora que no tiene remedio. Recuerda a su madre “ese chico es demasiado controlador,
no me gusta”. La obsesión de Lucas por conocer sus pasos, su relación con las
amigas y con la familia había llegado a que abriera las cartas. En esa época Laura,
la mayor, había cumplido dos años y ella seguía en paro. Veía normal que él
llevara las cuentas y el control de gastos. Le había llamado la atención, sin
embargo, que también abriera los sobres del banco dirigidos a ella, pero cuando
preguntó por ello Lucas había reaccionado de manera violenta. Hacía poco que se
sabía embarazada de la mayor y había cedido.
─
Eh, que esa carta es mi
de banco, ¿por qué me la abres? ─ se atrevió a preguntar un día
─
¿Vamos a ver, ¿por qué
me lo preguntas, Miriam?, esta es mi casa y puedo abrir las cartas que llegan,
vamos, digo yo─ había resoplado mirando el extracto.
─Pero la carta va a mi nombre, mira el
sobre, léelo, es mi nombre, y es de mi banco, no del tuyo ─había respondido ella, indicando los anagramas de dos cartas,
una con un símbolo rojo y la otra con una estrella de mar abstracta,
inconfundibles ambas.
─
Mira guapa, ¿Te crees
que no sé leer, pobre infeliz?, ella, tan interesante y tan señorita que va a
la biblioteca a leer. ¿Quién te crees que eres? ─ cada frase la desgranó en un tono de
voz in crescendo y haciendo aspavientos burlescos
─
No me creo gran cosa,
pero si pudieras respetar mi correo te lo agradecería.
─
No tiene por qué haber
secretos entre nosotros─ dijo él, pasando tras ella, quien
pelaba patatas en ese momento, endilgándole una cachetada, que pudiera
confundirse con una caricia tosca en otras circunstancias.
─
Si eso te hace feliz,
sigue abriendo tú el correo, que a mí me da igual. Total, para lo que llega al
buzón, ya me dirás, qué ganas de abrir mis cartas,
─
Precisamente por eso,
Miriam, para lo que dejan en el buzón, ya son ganas de joder que te pongas tan
tiquismiquis, guapa.
─
Vale, la casa es tuya
pero es mía también, pero vamos a dejarlo estar, abre todas las cartas que
quieras.
Lo recuerda a destiempo. Tendría que habérsele encendido la
antena, una luz de peligro en su mente, pero consideró absurdo hacer un drama.
Poco a poco se había ido separando de su familia. Primero fue
su madre quien, según Lucas debía venir menos, porque acababa dando demasiados
caprichos a Laura.
Cuando daba excusas, “mejor no vengas, que la nena anda
resfriada y a ver si empeora por algún constipado tuyo”, o “mejor no te
acerques, mamá, pasó mala noche y ahora está dormida, y para verla dormir, no
vale la pena”, sabía que era lo mejor, porque si no, cuando la madre se iba,
todo eran pegas. Que si “tu madre es consentidora”, que si “con la excusa de
ayudarte entra en los dormitorios y no me gusta que un extraño ande por la
casa”, en fin, que ella estaba tensa cuando la madre les visitaba.
Aquella madre, un día que ahora ve muy lejano, le había animado
a apuntarse en una actividad del casal. No resultó bien. Lucas controlaba las
horas de ausencia y acabó mostrando su enfado porque ella, siendo madre,
tuviera que asistir a un taller de manualidades.
─Uf, cómo ha pasado la tarde, pronto llegará
y no tengo ni idea qué hacer para cenar ─ dijo ese día, con su madre en casa.
─
Pues te ayudo, a ver,
pongo el agua a hervir y hacemos pasta
─
Que no, por favor vete
yendo, mamá, yo me apaño, luego te llamo, dale un beso a papá─ iba diciendo Miriam, mientras la empujaba al recibidor y le
colocaba el abrigo
─Hija, es que me echas. Un día me
tendrás que explicar por qué te molesto tanto.
La madre le dio los besos y la miró a los ojos, huidizos en
ese momento, temerosos y empezando a humedecerse.
Recuerda de temor de aquella tarde. Sus prisas por preparar
una pechuga rebozada y una ensalada, mientras Laura se movía entre sus piernas
tocando todo lo que estaba a su alcance Cuando oyó el llavín en la puerta se
puso tensa, aún no había acabado de cocinar y a Laura le dio por llorar porque
le había arrancado de las manos media
cáscara de huevo que había sacado del cubo de basura.
─
Ya está la llorona esta
con sus caprichos. A ver si va dejando de dar por culo, que ya es hora, ─ la cogió en brazos. ─Va Laurita, guapa, danos un respiro,
venga, que te pongo el Bob esponja.
La nena siguió llorando, las pechugas quedaron requemadas y
cuando Miriam cogió a Laura, ya con la mesa puesta para los tres, al sonarle
los mocos vio sangre en el pañuelo de papel. Por una fracción de segundo pensó
que él la había hecho daño, pero, nerviosa, intentaba ver de dónde venía el
hilillo que manchara el pañuelo.
Respiró al ver un trocito de cáscara de huevo entre la encía
y el carrillo de la nena, pero su alma quedó en vilo. Había pensado, aunque
fuera por un instante, que Lucas había tenido algo que ver y se reprochó tal
pensamiento. Es verdad que es un bruto, se dijo, pero la quiere con locura,
nunca la haría daño. Lo recuerda ahora,
que ya es tarde, ahora que siente un desgarro en el vientre que no puede
definir.
Cuando supo que estaba embarazada por segunda vez primero
pensó en no decírselo a nadie y abortar. Será lo mejor, se había dicho, pero
las náuseas fueron imposibles de disimular.
Había hecho planes de volver a trabajar, ahora, con la nena
inscrita en P3 del cole del barrio. Era su oportunidad para justificar su
tiempo cuando él no estaba presente, le devolvería la capacidad de contar con
ingresos nuevamente, pues el paro hacía meses que no lo cobraba, y en
definitiva, le daría un respiro, pero él supuso bien. Estaba vomitando en el
baño cuando le oyó entrar.
─Estás embarazada, Miriam, qué ilusión─ dijo él alegre en apariencia.
─A mí no me hace ninguna, la verdad, -─no pudo por menos que decir, sintiendo que el mundo se le
venía encima. Me han llamado de aquellas oficinas de abogados, ¿recuerdas que
te dije que había dejado el curriculum? Siguió en el lavabo.
─
Bueno, pues ahora les
dices que estás embarazada y ellos te dirán que felicidades y llamarán a otra,
y ya está
Miriam se sintió morir. Se aferró a la idea de ir al CAP, a
su doctora, con la nena, y decirle la verdad, que quería abortar, que no se
veía capaz de tener otro hijo en su matrimonio. Descubrió entonces que él
miraba su teléfono, porque fue entonces cuando le preguntó por qué había
llamado al centro de salud. Estaban ya en el dormitorio.
─
Por ver si me dan algo
para las náuseas, pero tú ¿cómo sabes que he llamado?
─ A ver, sé que no tienes secretos conmigo,
pero me gusta saber con quién hablas, y lo que tardas, porque hay que ver qué
charlas debes tener con tu madre.
─
Pero a ti ¿quién te ha
dado permiso para espiar mi teléfono? , ¿Te gustaría que te lo hiciera yo?─ notaba que cada vez se estaba poniendo más nerviosa
─
Por mí ningún problema,
no tengo secretos, como parece que tienes tú. Hay números que no tienen nombre,
por cierto, así que a ver si un día me dices si tienes amigos que yo no conozca
─ dijo poniendo su móvil en la colcha, ─ va, mira mis wasaps, mis llamadas, mira todo lo que quieras,
decía moviendo los brazos, animándola a que mirase el aparato
Se echó a llorar, sentada en su lado del colchón. Miró la
cuna, plegada ahora, con Laura en los brazos, quien lloraba por contagio, así que
las lágrimas se fundían sobre la carita de la pequeña.
─
Estás sensible, estás
agilipollada, es el embarazo─ dijo él sentándose a su lado en la
cama. Luego tomó a la nena mientras Miriam fue al baño, donde entre náuseas
cada vez más intensas, e esos goterones de lágrimas iban cayendo sobre la loza
del wáter, se sentía fatal.
Ahora, que no hay marcha, entiende qué error cometió. No
alejarse de ese tipo al que había creído amar. Ahora que quiere morirse, que no
sabe si resistirá el dolor que, como zarpas de hierro, la están descuartizando.
El resto es historia.
Obtuvo el trabajo y tuvo a Amanda. Cuando volvió al trabajo tras la baja
maternal se sentía esperanzada. Una vecina cuidaba de las nenas, todo iría bien.
Con el segundo parto le había quedado el cuerpo más afectado que con el de
Laura. Los pechos estaban muy descendidos y colgaban. Unas estrías
horribles dejaban a su vientre marcado
como un arado sobre la tierra húmeda, y su seguridad ante el espejo había bajado
a cotas muy bajas. Lucas se regodeaba en hacerla ver esos defectos. En el
dormitorio hacía meses que ella esquivaba sus búsquedas de sexo, y Lucas empezó
a mostrarse más celoso todavía.
Una noche Amanda estaba incorporada, y sacaba su carita sobre
las rejas de la cuna. Recuerda que la estaba mirando con intención de cogerla
cuando él la tomó por la espalda. Notó su miembro erecto, excitado, formando un
saliente dentro del slip que se
apretaba contra sus nalgas. Se giró, y él estaba detrás de ella, apretándola
contra su vientre. Sin saber cómo, le empujó a la cama, y sintió su cara
colorada al gritarle
─
No te acerques así,
Lucas. Ni en broma. ¿Estás loco?
─
Hay que estarlo para
acostarse contigo, doña remilgada de los cojones, respondió él, sentado al borde
la cama, con una expresión furibunda. Luego empezó a masturbarse sin pudor.
Sin pensar, le dio una bofetada que resonó entre las paredes
del dormitorio. Ni ella podía creerlo. Pero ahí estaba, su mano estampada sobre
la mejilla izquierda de Lucas. El resto es historia. Ambos presentaron los
partes de lesiones. Ella presentó la demanda de divorcio. Lo mejor de su vida.
Perderle de vista era el mejor regalo.
Jamás pensaba volver a confiar en ningún hombre. Bien lejos, se decía. La
pesadilla toca a su fin, se dijo.
El problema fueron las nenas. No podía negarle el derecho a
tenerlas los fines de semana alternos. Con el segundo parte de lesiones no tuvo
más remedio que explicar a su madre la situación. Era un divorcio que se veía
venir, pero nunca había explicado detalles de su vida marital. Amigas ya hacía
tiempo que no tenía. Borraba todos los wasaps, lo que había contribuido a más
paranoias por parte de Lucas, pero es que no conseguía aceptar su necesidad de
controlarla.
El resto es historia. Los mensajes, que no borraba,
amenazando con vengarse, eran continuos. La primera vez que la amenaza no fue
“voy a matarte, zorra” y lindezas así, se quedó helada, le decía que la haría
pagar con lo que más quería. La jueza no consideró esas bravuconadas más
peligrosas que las previas.
Pero eso ahora ya es historia. Los pequeños cadáveres yacen
en sendas camillas del departamento de autopsias. Y sí, la ha doblegado. Lucas ha ganado la partida. La ha herido donde
ningún cirujano podrá intervenir para curarla jamás. La ha matado dejándola
viva.
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