RAICES, de Elena Guadalupe Recinos Campos. III Certamen literario feminista La Corrala

 Buenos días. Os compartimos el texto titulado:  RAÍCES, su autora: Elena Guadalupe Recinos Campos. Esperamos que disfrutéis su lectura.


 "A mi madre y a la memoria de tía Rosita"

 PERSONAJES

 La madre: mujer adulta mayor 

La madre joven 

La hija: mujer adulta 

La hija adolescente 

                                                                                                   Foto de El País, autoría desconocida

La madre y La hija bajan de un autobús frente al parque de un pueblo repoblado. La madre, con esfuerzo, carga una mochila. Está muy alegre. Sonríe. Se le ve emocionada, se despide de otros pasajeros desconocidos que también se han bajado en la misma parada. Camina apoyada del brazo de La hija. La hija camina inquieta, viendo los cambios en las casas del pueblo.


La madre: (Suspirando profundamente). ¡El pueblo!, (observa a todos lados). 

 ¡Buenas tardes! 

La hija: Usted a todo el mundo ha venido saludando…

La madre: (Camina un poco más). ¡Adiós!, ¡adiós!

La hija: Ni conoce a la gente.

La madre: El saludo no se le niega a nadie. 


La hija guarda silencio.


La madre: Lo que me parece raro es que en el bus no vi a nadie conocido.

La hija: Aquí ya no viven nuestros vecinos.

La madre: ¡Mirá el campanario de la iglesia!, ¡cómo lo he recordado!

La hija: ¡Es lo único que queda de aquella iglesia colonial!

La madre: Qué raro, no veo la casa de la niña Concha ni la de la niña Romelia. ¿No te acordás que estaban aquí?

La hija: La niña Concha creo que ya se murió y a la niña Romelia se la llevaron las hijas para la capital.

La madre: Pero eso… ¿qué tiene que ver si se murieron o se las llevaron? Mi pregunta es ¿por qué no están las casas? 


La hija camina en silencio.


La madre: ¡Mirá, allá está la casa de la niña Chica Menjívar!, si está la puerta  abierta, me gustaría pasar saludándola.

La hija: ¡Ay mamá!, hemos venido hasta aquí para ver nuestra casa, no para ver otras, o para saludar ni visitar gente, si vamos pasando por cada casa que vemos ¿cuándo llegaremos a la nuestra?

La madre: Las casas representan las raíces de las familias. 

La hija: Entonces quiero encontrar ya las nuestras.

La madre: Yo quiero aprovechar el viaje. Te imaginás, cuánto tiempo sin ver a la gente. Además, ¿cómo no la voy a saludar?, ella era la maestra que nos enseñaba todos los diálogos y las canciones cuando salíamos en las veladas. También todos los cantos para las posadas de diciembre y la pastorela. Pasemos, solo un momentito, después de tantos años se alegrará de vernos…

Afuera de una casa, la puerta está abierta y en la pared se lee un afiche que dice: “Mauricio Presidente, todo por la gente, hacia la victoria siempre”.

La madre: ¡Buenas tardes!, ¿hay alguien?, ¿está la niña Chica o don Fabio? ¡Hola, hola!

La hija: Vámonos, no hay nadie y más que nos está agarrando la tarde.

La madre: Pero, la niña Chica no sale.

La hija: Quizá no está.

La madre: Imagino que no podrá caminar, es muy mayor. Era una señora con hijos cuando yo tenía como ocho años. ¡Niña Chica! ¿Por qué no contestará?, ¿será que ya no oye? 

La hija: Mamá, aquí viven ahora otras personas, desde la repoblación…

La madre: Repoblación, repoblación, ¿qué es eso?

La hija: Eso escuché en las noticias.

La madre: Yo voy a entrar, quizá la niña Chica está en el patio y por eso no me oye.

La hija: La idea del gobierno es que nadie vuelva a sus lugares de origen.

La madre: ¿O será que también se la han llevado los hijos? 

La hija: Mamá, vámonos por favor. Mejor yo sola hubiera hecho este viaje… 

La madre: ¡Niña Chica!


Desde el fondo de la casa una niña responde.


Voz de la niña: Aquí no vive ninguna Chica…

La madre: ¿Cómo va a creer que yo me he equivocado…?

La hija: Le he venido explicando que quienes viven aquí son personas que antes de la guerra vivían en otros pueblos y cantones. 

Voz de la niña: No conozco a nayde que se llame Chica.

La hija: Ellos no son nuestros vecinos. 

Voz de niña: Mi mama se llama Santos.

La hija: Todo esto quedó abandonado desde el bombardeo. Aquí ya no vive la 

gente de antes, la que nosotros conocíamos…

La madre: ¿Santos?

Voz de niña: Y no está poque llevó al chino pequeño a que lo curaran diojo.

La madre: Que yo recuerde aquí, en el Centro, no hay ninguna mujer con ese 

nombre. 

La hija: ¡Ay mamá! Sé que su mente no quiere aceptar que este pueblo está 

habitado por otras personas. Usted se empeña en querer visitar a gente 

que ya no existe o ya no vive en este lugar. 

La madre: No puede ser… 

La hija: Apúrese por favor, porque a este paso se nos hará de noche y nosotras sin llegar a donde realmente nos interesa. ¡Deme la mochila para que aligere el paso!

La madre: No, esta mochila no se la doy a nadie…

La hija: ¿Esconde un tesoro en ella?, ¿qué es eso tan valioso que carga?

La madre: Esta mochila está llegando a su verdadero lugar, estoy ansiosa por colocar las cosas en su sitio. 


A lo lejos se escucha el canto de una aurora.


La hija: Hace años que no escuchaba el canto de esa ave…

La madre: Lo que me preocupa es que vamos a terminar cansadas por el viaje, arreglando y sacudiendo todo, pero por fin volveré a dormir en el camastrón, que fue lo primero que mandó a hacer tu papá cuando nos casamos. 

La hija: Ojalá no sea cierto lo que dicen. 


La madre se detiene para descansar un poco.La hija mira a todos lados tratando de reconstruir los recuerdos. El canto de la aurora la inquieta. 


La madre: Mirá, la casa de la niña Nacha la han hecho nueva. 

La hija: Ya no es la casa de la niña Nacha.

La madre: Aquí, en esta parte de la calle, asustaron una vez a tu papá. Él venía de la iglesia de la oración de primer viernes al Santísimo. Se hacía durante toda la noche. Era de madrugada. Contaba que la calle estaba con mucho chagüite y él se fue por el corredor de esta casa y como no había luz en las calles, en la oscuridad vio que se acercaba un bulto, parecía una mujer. Él se hizo a un lado para que pasara, pero ella lo tocó y él contó que las manos de esa persona parecían hielo. Llegó bien asustado el pobrecito.

La hija: ¿Escuchó la aurora? Lo que nos faltaba, solo espero que sea pura coincidencia… ¡Apúrese, sigamos!

La madre: ¿Y desde cuándo crees en eso? Lo que me parece raro, que desde que nos bajamos del bus, a la gente que hemos encontrado, no la conozco. 

La hija: Ni me ha prestado atención, hace rato le vengo diciendo que ya no viven las mismas personas que cuando vivíamos nosotras aquí.

La madre: ¿Tanto han cambiado?, ¿o han pasado tantos años que ya no me acuerdo de quién son hijos?

La hija: ¿Qué lleva en la mano?

La madre: La llave del candado de la casa, eso fue lo primero que busqué antes de venirme, porque cuando nos fuimos, yo dejé bien cerrado para que no se llevarán nada de lo que dejamos… 

La hija: Mire mamá, recuerde que han pasado 16 años, es posible que la casa no esté como la dejamos. En todo este tiempo nadie nos ha dicho nada de ella.

La madre: Apurate, no veo el portón para entrar a la casa

La hija: Ya pasamos donde estaba la casa de la niña Nacha, aquí está el palo de zapote de donde la niña Toribia y después estaba el portón, pero solo veo un camino.

La madre: ¡Qué raro!


Caminan entre la maleza de un terreno.


La hija: Camine despacio, mamá. Apóyese en mi brazo. No se vaya a resbalar. ¡Cuántos árboles han crecido en todos estos inviernos! Caminemos con cuidado, no vaya a ser que nos paremos en una culebra. Aquí había muchas.

La madre: ¡Esto no parece la entrada a nuestra casa!

La hija: Pero sí, es aquí, ahí está la quebrada. ¡El palo de jocote se secó!


La madre se detiene para tomar un poco de aire.


La hija: Mamá, ¿está bien? 

La madre: Un poco cansada, ¿por qué?


Avanzan un poco más. Están inquietas. Escuchan nuevamente el canto de la aurora, mezclado con el de otras aves. De repente, tienen frente a ellas las ruinas de lo que fue una casa de adobe, con solo un pilar de madera en pie y unos restos de paredes. Hay mucha hojarasca y maleza. Todo está a la intemperie. Es un lugar desolador.


La hija: ¡No es posible! 

La madre: (Débil). ¿Qué ha pasado? ¿Por qué nos desviamos de la casa?

La hija: (Señalando las ruinas). ¡Esto es lo único que queda de nuestra casa!

La madre: ¡No puede ser!


La madre respira con dificultad e intenta agarrarse del pilar de madera, pero sus piernas no responden.


La hija: ¡Mamá, mamá! ¡Ayuda, que alguien me ayude! Por favor mamá. ¡Mamá!, debemos ser fuertes, todo se puede superar, tenemos vida, (masajea sobre el pecho de La madre). Por favor, reaccione, por fin hemos vuelto a este lugar. ¡Beba un poco de agua!, (La madre va reaccionando). Así está mejor. Descanse un momento. (Arranca con las manos un poco de maleza, limpia un espacio y acuesta a la madre en el suelo. La hija se sienta también en el suelo para sostener sobre sus piernas la cabeza de La madre).


La madre: ¿Por qué está así la casa?

La hija: (Mientras le da aire con un pañuelo). Esta casa que parecía tan fuerte, nunca pensé que se resquebrajaría con el paso de los inviernos. Tan fuerte, como usted, que siempre le ha echado ganas a la vida, a pesar de todo lo que le ha tocado enfrentar. ¡Siempre he admirado su fortaleza! Recuerdo cuando murió mi papá, creo que usted sufría en silencio, pero estuvo allí, para darnos las fuerzas cuando pensamos que todo se venía abajo.

La madre: (Suspira profundo). ¿Dónde está nuestra casa? 

La hija: ¡Esto es lo que queda de la casa que tanto añorábamos! (Molesta) ¿Por qué nadie nos dijo que ya no hay casa, sino solo las ruinas de lo que fue nuestro hogar? ¿Qué hicieron con nuestras raíces? Decidí que hiciéramos este viaje para reencontrar nuestras raíces. Desde hace 16 años hemosvivido en muchos lugares y no somos de ninguno de ellos. Nunca pensé que fuera tan importante tener un lugar de origen… vivir con vecinos que nos han visto crecer, pero ahora en este lugar ni conocemos ni nos conocen…

La madre: (Con los ojos cerrados). ¡Por fin estoy en mi casa! 

La hija: ¿Qué dice?


La madre sigue respirando con cierta dificultad. La hija, aún sentada en el suelo, observa los restos de las paredes de adobe desgastados por el tiempo y la lluvia. Sopla el viento, una cortina de flores de mulato desciende sobre las dos mujeres y una bandada de tucanes se posa sobre las ruinas. La madre comienza a desvariar. Se ven a sí mismas. La madre, joven, está sentada en el corredor en una mecedora, mientras La hija, adolescente, se columpia. Se ven muy felices.


La madre joven: Aquí está tu papá. (Dirigiéndose a él). ¿Por qué no me dijo que usted también vendría? Usted es el único que comprende lo que es volver a este lugar. Esta casa es parte de nuestras vidas. ¿Se acuerda cuando estábamos recién casados? Usted se iba a trabajar a la milpa y yo me quedaba haciendo los quehaceres domésticos. Como solo éramos los dos, siempre me sobraba tiempo. Me ponía a escarbar y a nivelar el suelo. Muchas veces encontré pequeños huesos entre la tierra. Las vecinas decían que las antiguas dueñas, cuando abortaban o se les moría un niño, lo enterraban aquí dentro de la casa. Yo solo enterré aquí los ombligos de mis hijos…

La hija adolescente: Cuando era pequeña me daba tanto miedo pensar en la muerte, especialmente cuando llegaba la noche. No sé si sería por las culebras que abundaban aquí, temía que una fuera venenosa y acabara con la vida de alguno de nosotros. No me gustaba dormir con la luz apagada, sentía que en la oscuridad había ojos observándome; quizá eran las almas de esos pobres niños que habían enterrado en esta habitación quienes deambulaban buscando la paz eterna. ¿O serían las almas de mis hermanitos?

La madre joven: (Sigue hablando con el esposo). Cuando era la oración y comenzaba a oscurecer, yo encendía el candil de gas cuando usted no había venido todavía y me sentaba allá, por el palo de jocote, no me gustaba estar dentro de esta casa yo sola. Creo que nunca se lo conté, pero esta casa me daba miedo. 

La hija adolescente: (Sigue columpiándose). Pero… a pesar del miedo, esta es nuestra casa. Aquí nací, aquí están nuestras raíces, nuestros ombligos, nuestra razón de ser…


Un trueno en seco. Desaparecen las flores, los tucanes, la mecedora y el columpio. La hija sentada en el suelo, acaricia la cabeza de La madre y la anima a levantarse.


La hija: ¿Alguna vez imaginó la destrucción de nuestra casa?

La madre: (Levantándose lentamente se apoya en La hija y en un resto de pared que está cerca). Este espacio, sean ruinas, sean despojos, sean restos, para mí sigue siendo mi casa…

La hija: ¡Así es, sigue siendo nuestra casa! También yo me siento parte de ella.

La madre: Quiero tocar la tierra de estos adobes que nos abrigaron por años, los 

que repellé muchas veces…


La madre se apoya totalmente en los restos y se desvanece nuevamente. Sus brazos parecen que están abarcando el espacio que la sostiene.


La hija: ¡Mamá, mamá! 

La madre: (Desvariando). ¡Aquí estoy! He regresado. Siempre supe que mi lugar está aquí. ¡Nadie me moverá…! (Reacciona y se sienta lentamente en el suelo). ¿Por qué llorás?

La hija: Usted se desmayó.

La madre: Yo no. Solo entré al cuarto y allí me encontré a tu papá.

La hija: ¡Mamá!, ¿se encuentra bien? ¿qué siente?, ¿qué tiene?

La madre: ¡Cuánto tiempo sin poder entrar en este dormitorio!

La hija: ¿Se golpeó la cabeza, le duele alguna parte del cuerpo?

La madre: Aquí me acompañaron la alegría y la tristeza. El cuarto está como lo dejé el miércoles que bombardearon. Vos ya no viste eso, porque te habías ido el día anterior con tu hermano…

La hija: Mamá, aquí solo están los restos de la casa, ya no hay habitaciones.

La madre: Ni tiempo me quedó de guardar la ropa en el ropero, pero en este momento lo haré.

La hija: Es su mente la que está haciendo que vea algo que no existe. Usted lo ha mencionado antes. Nos fuimos de este lugar por los bombardeos, pensamos que regresaríamos pronto, pero no fue así…

La madre: No sé qué hacer, los cipotes están llorando y tu papá no ha regresado desde ayer. ¡A saber si le ha pasado algo! Él nunca se queda sin venir a la casa…

La hija: ¡Por favor mamá, beba un poco de agua!

La madre: Estas bombas que antes oíamos que caían en los cerros, nos han hecho pasar una noche interminable… 

La hija: Sé que para ambas es difícil encontrar así este espacio que tanto añorábamos.

La madre: Todavía siento el sonido en mis oídos… 

La hija: Nunca se me cruzó, ni en sueños, que viviríamos esto, que encontraríamos así la casa. 

La madre: ¡No sé qué hacer!, los cipotes no pueden cargar mucho, nos iremos un par de días con lo que tenemos puesto, mientras pasa el operativo militar...

La hija: Yo también viví esas bombas, nunca lo he olvidado…

La madre: Decile a los cipotes que ya no acarreen cosas, ya pasó todo y no tenemos por qué irnos a otro lugar donde nadie nos conoce.

La hija: Mamá, por favor, yo necesito que esté bien, si hubiera sabido que se pondría así… Hoy no se tomó la pastilla para la presión, porque dijo que estaría bien. El médico me lo dijo, pero yo... 

La madre: (Volviendo al presente). ¿Oíste?

La hija: ¿Qué cosa?

La madre: La voz.

La hija: ¿Cuál voz?

La madre: Una voz.

La hija: ¡Yo no he oído nada!

La madre: Se oyó bien clarito que dijo “por fin has regresado, recuerda que tu lugar está aquí, aquí están tus raíces…”

La hija: Hasta voces está escuchando.


La madre acerca su oído a un resto de pared.

 

La madre: ¡Aquí estoy, he regresado, siempre supe que mis raíces y mi lugar están aquí y nadie me moverá…!

La hija: ¡Mamá, no puede ser! ¡No puede estar pasando algo así! Tome esta pastilla y descanse un poco, yo sé que todo esto es demasiado para que lo digiera de una vez.

La madre: (Observando las ruinas). ¡He regresado!, ¡estoy aquí!

La hija: Mamá, ya no vivimos aquí. La intención era pasar aquí la noche e irnos mañana, pero… si no hay casa… no podemos quedarnos. Ya son las tres de la tarde, tenemos que regresar a la casa donde vive, necesito que esté bien.

La madre: Si querés, andate, este es mi lugar y nadie me moverá de aquí.

La hija: ¿Piensa quedarse aquí?, ¿cómo vivirá si ya ni techo hay?

La madre: Cuando íbamos a pescar a la playa con mi papá, nos quedábamos hasta una semana durmiendo en el monte o en la playa a cielo abierto.

La hija: Pero eran otros tiempos, usted era una jovencita.

La madre: ¿Y cómo creés que vivía la gente para la guerra?

La hija: Eran otras circunstancias, no había alternativa, se dormía donde le agarraba la noche o en el monte, lejos de los poblados donde pensabanque podían estar más seguros de los operativos militares.

La madre: Te estoy diciendo que este es mi lugar y nadie me moverá… Este es mi lugar y nadie me llevará de aquí.

La hija: Me preocupa verla así, pero si eso ayuda, tomaré una decisión, no sé si sea la mejor, pero reconstruiré esta casa para que regrese a vivir en ella… 


La madre se reanima e invita a La hija a sentarse junto a uno de los montículos de tierra.


La madre: Nadie sabe para quién trabaja…

La hija: Lo importante es vivir y disfrutar el presente, ¿de qué sirve pensar en lo que teníamos y ahora ya no existe? 

La madre: ¡Tanto esfuerzo de años!

La hija: Pero en unos meses usted volverá a vivir en este terruño tan querido. ¿Le alegra saber que reconstruiré la casa? (señala un espacio) Allí podrá sentarse a bordar, a cantar las rancheras o los cantos de la iglesia como lo hacía antes.

La madre: Ya no será como antes, porque entonces tenía la ilusión de ver a mis hijos correr por los patios y corredores. En cambio, hoy… tengo miedo.

La hija: ¿Miedo?

La madre: Formar una familia es algo muy bonito. En mi época no había muchas opciones, pero a mí, si me hubieran dado a elegir, quizá no me caso tan joven. No puedo quejarme del esposo que tuve. Él me ayudaba en la casa, cuando podía, porque la mayor parte del día se la pasaba en la milpa, cercando, buscando leña, porque eso sí, la leña no faltaba en esta casa, aunque fuera invierno, siempre tenía leña sequita para encender el fuego, para que la hoguera no se apagara…

La hija: Menos mal que algunas cosas están cambiando para las mujeres.

La madre: Cuando se trae al mundo una nueva vida una nunca imagina lo que le tocará vivir. Recuerdo cuando estaba embarazada de vos, en las últimas semanas, la niña Chepita me dijo que me preparara para la próxima luna llena. Yo no quería que llegara ese momento, no quería que nacieras… 

La hija: No quería que naciera y aquí estoy, pensando en reconstruir la casa de sus sueños, de nuestros sueños.

La madre: (Cabizbaja). Todas las madres nos encariñamos de ese ser que va creciendo poco a poco en nuestro vientre. 

La hija: Usted me habló tanto de la casa, de cómo le gustaba repellar las paredes con cal… que fueron sus manos las que emparejaron este piso.

La madre: Lo vamos imaginando. Buscamos nombres. Pensamos en el futuro de ese nuevo ser… Para mí, no fue fácil sentir las palpitaciones de sus corazoncitos y después de nueve meses tener que enterrar esas ilusiones, una, dos, tres, cuatro veces. 

La hija: Tantas cosas sobre la casa que, de todos mis hermanos, soy la única que se interesa por ella. Además, no me importa dejar de lado mis cosas, para que usted vuelva a sentirse feliz, como en los viejos tiempos.

La madre: Por eso, cuando supe que estaba embarazada nuevamente, el temor de perderte se apoderó de mí. Sabía que mientras no nacieras estarías conmigo…


La hija toma un poco de tierra de los montículos, la va dejando caer mientras canta la canción “Mi tierra” de Gloria Estefan. De forma intercalada, con la vista perdida en el horizonte, La madre canta “Cuatro milpas” interpretada por Antonio Aguilar.

1 Escrita por Belisario de Jesús García, militar de la Revolución mexicana.

La hija: Entre nosotras siempre ha habido algo que nos une… una canción, un recuerdo… Se ha preguntado, ¿por qué tengo que ser yo la que está aquí y no sus otros hijos?

La madre: Porque tenés menos compromisos.

La hija: ¿Será porque soy mujer?

La madre: ¿A qué viene ese cuestionamiento?

La hija: Porque si piensa que ese es el motivo, yo tengo tantos compromisos y quizá más que mis hermanos.

La madre: ¿Quién te pidió que lo hicieras?

La hija: Pensé que después de tantos años queriendo volver a este lugar, y que nadie prestó atención a sus deseos, hacer este viaje podría ser una oportunidad para devolverle la ilusión… Hace un momento, cantando “Las cuatro milpas” parecía que revivía viejos momentos… No quiero que le pase como a la tía Rosita…

La madre: Vos has tenido tantas oportunidades, creo que irte de aquí te ayudó mucho.

La hija: No me quedó de otra, pero nadie me ha preguntado nunca si realmente he sido feliz. Es posible que siempre me hubiera ido a estudiar, porque eso quise desde que era pequeña, pero no me hubiera separado bruscamente de la familia. Todos mis hermanos tuvieron la suerte de estar con usted y mi papá hasta que decidieron irse. En cambio, yo no tuve otra opción. Me arrancaron de aquí sin importar mis sentimientos, mis sueños, mis raíces...He aprendido mucho de la vida y no niego que me he realizado viajando, preparándome académicamente, conociendo a tantas personas, pero ha sido todo eso lo que me ha hecho reflexionar sobre mis orígenes y descubrir que tengo apego no solo por la familia, sino también por este lugar…

La madre: De todos mis hijos solo a vos te ha gustado escribir, cantar, viajar, soñar…algo que también me gustaba a mí. Creo que el día que naciste te marcó… ese día inauguraron la escuela. Yo siempre quise estudiar, pero eran otros tiempos y las niñas teníamos que hacer los quehaceres de la casa…


Ha transcurrido unas semanas. La madre y La hija regresan para organizar los trabajos de la reconstrucción de la casa.


La madre: (Haciendo la señal de la cruz) ¡Ave María purísima!

La hija: ¿Qué pasa, por qué está asustada?

La madre: ¿Escuchaste la voz?

La hija: ¿Cuál voz?

La madre: Pero si se escuchó bien clarito que me dijo: “todos estos años he seguido guardando este espacio…” ha sido volver a este pueblo y comenzar a escuchar voces. ¿Te acordás que la vez pasada que vinimos te dije que había escuchado algo? Cuando era pequeña, iba a dejarle almuerzo a mi papá. Una vez, en medio del monte, sobre una roca, vi a la virgen que me llamaba, pero no me quise acercar porque mi papá era bien enojado si uno se entretenía en el camino. Aquí, en esta habitación, muchas veces escuché sonidos, ruidos extraños, no sé qué guarda este espacio. 

La hija: Me dan ganas de cavar a ver si yo también desentierro huesos como los que encontraba usted cuando emparejaba el suelo o quizá encuentre algún objeto importante de mi infancia. ¿Me ayuda?


La madre comienza a rezar unas avemarías. Suena un teléfono celular. La hija contesta, se aleja y habla a medias, para que La madre no escuche.


La hija: ¡Hola! Aquí en el pueblo con mi mamá… Sí, pero si no lo hago yo… mmm, tendré que hacer un préstamo… Aja… Sí… Para reconstruir la casa… Como te digo… Ya no podré seguir en la maestría… Pues sí, tengo que encontrara alguien… No, no… De aquí de la repoblación… Para que la cuide… Claro que tengo que pagarle… Umm… Sí, los fines de semana… Tendré que venirme para acá… Ajá… Los fines de…

La madre aparece repentinamente frente a La hija, quien corta la llamada.


La madre: Con que dejarás la maestría por mí.


La hija no sabe qué responder.


La madre: Yo no sé si valdrá la pena que sigas gastando tu dinero en este trabajo. ¿Para qué despertar los miedos, las desilusiones, los fantasmas que se quedaron aquí…?


Semanas después del segundo viaje. La madre y La hija han regresado para ver los avances de la reconstrucción. Todo está como la última vez.


La hija: Mamá, ¿qué ha pasado aquí?, ¿sabe por qué no han trabajado?


La madre se acerca, está indiferente.


La hija: ¿Qué pasa aquí?, ¿usted sabía algo de esto?

La madre: Sí

La hija: ¿Por qué no me dijo nada? Hemos hecho el viaje por gusto.

La madre: Ha sido una idea descabellada la tuya el querer reconstruir el pasado.

La hija: ¿Usted diciendo eso? ¡No lo puedo creer! Si era quien estaba más ilusionada, se le notaba en su rostro, en su salud y ahora me dice eso.

La madre: Juan y Toño tienen razón…

La hija: ¿Qué pasa con mis hermanos?

La madre: Dicen que vos siempre has sido una mujer ilusa y que yo me he dejado llevar por la emoción…

La hija: ¿Ellos qué vela tienen en este entierro?

La madre: …que te aprovechaste de mi estado de ánimo y de mis sentimientos para convencerme y hacerme creer que debías reconstruir la casa…

La hija: Si ni siquiera se preocupan en saber cómo está.

La madre: ¿Has pensado quién me cuidará aquí? Vos misma me insististe la primera vez que vinimos que dejara de andar saludando a cualquier persona que no conozco. Yo no quería aceptar que este pueblo hoy es una repoblación. No me conocen ni yo los conozco, eso es algo en lo que ellos tienen razón. 

La hija: Solo piensan en ellos y ahora quieren opinar sin una razón justificada… 

La madre: Vos no estarás aquí durante la semana, ¿quién asegura que la persona que dejés conmigo me cuidará bien?

La hija: Y ellos, ¿sí estarán con usted?

La madre: ¿Para qué hacer una casa de adobe, que ya nada tiene que ver con las construcciones modernas actuales?

La hija: Porque lo que quiero es reconstruir la casa que usted dejó cuando nos obligaron a irnos…

La madre: Al menos ellos nunca dirán que abandonaron algo importante por mí.

La hija: ¿Cuántas veces le han preguntado si usted es feliz viviendo donde vive? 

La madre: ¿Eso importa?

La hija: Pero como es Juan, el mayor, él tiene toda la razón, él sí puede opinar. Toño, como fue el único que se quedó con ustedes, porque no quiso seguir estudiando, se cree con ínfulas de decidir qué conviene y qué no, al fin y al cabo, es el único al que ya le dieron la herencia y ha hecho lo que ha querido sin que nadie lo cuestione. 

La madre: ¡Más respeto por favor!

La hija: Siempre he pensado que Juan siente celos por lo que yo he alcanzado aun siendo mujer porque, en su pensamiento patriarcal, las mujeres deben casarse, tener hijos y ser amas de casa. 

La madre: Ellos son responsables…

La hija: Y usted que siempre ha tenido un pensamiento diferente, se pone del lado de ellos… 

La madre: En muchas cosas tienen razón.

La hija: ¿Usted no hubiera querido estudiar y realizarse como profesional? 

La madre: Eran otras épocas… 

La hija: Y no tuvo la oportunidad de opinar, de hacer lo que usted quería y le gustaba. Tuvo que casarse porque si no ¿Qué dirían? Ahora usted quiere que esto se reconstruya y estaba emocionada con ello, pero le contó a sus hijos y ellos con su ego de hombres, le dicen que no vale la pena… ¡Y hay que hacerles caso…!

La madre: Por lo menos tienen una familia…

La hija: No sabía que no tener una pareja significaba no tener compromisos. Siempre pensé que usted se sentía feliz por lo que yo he alcanzado.


La madre le da la espalda.


La hija: He estado equivocada todo este tiempo, pensando que lo que yo quiero es lo que también usted quiere. Me había hecho la idea de la reconstrucción de la casa y después… 

La madre: ¿Y después qué?

La hija: Tener un lugar también yo adonde poder regresar cuando ya no tenga trabajo, ni cómo pagar una casa para vivir, quizás hasta poner un negocio aquí…

La madre: Ya decía yo que todo esto no podía ser desinteresado. Pensé que eras diferente. ¿Qué más tenés que decirme?, es el momento. De vos es de quien menos esperaba algo así. Nunca me has cuestionado ni faltado el respeto. ¿Qué está pasando por tu cabeza?

La hija: Así como usted tuvo sus sueños cuando construyeron la casa en la que nací, así tenía yo los míos después de ver las ruinas y saber que aquí, en este pueblo, aunque ya no viva la misma gente que me vio nacer, aunque ya no esté toda la familia, es en este lugar donde está mi origen. Pero… está bien, no insistiré más…


Una pareja de tucanes se posa en el árbol seco de jocote. Un rayo de sol ilumina sus plumajes. Las aves cantan. Aparecen La madre y La hija, jóvenes. Están en la casa. La hija adolescente, columpiándose y leyendo. La madre joven, está en la mecedora viendo fotos familiares. 


La madre:(A La hija). ¡Solo los recuerdos quedan de esos momentos de felicidad! 

La madre joven: En esta foto, Minguito se acababa de despertar. Ese día la Mari había venido con un señor de la capital. Él cargaba una cámara. Me dijo: “prepará los cipotes para que les hagan una foto” y, como el niño estaba dormido y yo no quería que se quedara sin fotografiar, lo levanté de la hamaca y lo desperté. 

La hija adolescente: (Lee). “Esta es la historia de una niña que vino a vivir al pueblo cuando tenía seis años. Cuentan que la tía Félix, tía abuela de la niña, fue a visitar a su sobrino, quien vivía como cuidandero en una recóndita finca de café en el occidente del país”. 

La hija: (A la madre). Cuando era pequeña, quería hacer todo lo que usted no pudo...

La hija adolescente: “Contaba la tía Félix que cuando ella llegó, encontró a su sobrina con fiebres por un castigo que le había dado el abuelo. La tía Félix dijo que se llevaría con ella a la pequeña”.

La madre joven: (Viendo las fotos, ríe con tristeza). ¡Pobrecito!, por eso tiene esa cara de enojado porque no entendía por qué lo habían despertado. Antes, casi nadie tenía fotos, porque en estos lugares no había fotógrafos y uno no tenía dinero para andarse haciendo retratos. 

La hija adolescente: “El camino duraba una semana a pie. En esa época estaban construyendo la carretera de litoral. La tía Félix pedía a los trabajadores que le llevaran a la niña en sus carretillas, aunque fuera por tramos. Dormían donde les agarraba la noche”.

La madre joven: Ni siquiera del casamiento tengo fotos y con lo lujoso que fue. La familia se esforzó para que me casara a lo grande. (Suspira). Lo único que conservo de ese gran día es mi vestido de novia.

La madre: (A la hija). Aquí diste tus primeros pasos…

La hija adolescente: “Desde esa vez, decía la tía Félix, la niña solo volvió a la casa de sus padres en dos ocasiones… después, se enamoró, se casó y se quedó definitivamente en ese pueblo”.

La madre: ¡Quién iba a pensar que en un país como este se destruirían los pueblos!Bien dice la Biblia, que llegará un tiempo en que los hermanos pelearán y se matarán entre ellos. 

La madre joven: (Meciéndose). Decían los abuelos que los hijos se volverán contra los padres. 

La madre: Todo esto es producto de las injusticias. ¡Tan galán que vivíamos aquí!, todos nos ayudábamos, pero eso algunas personas de afuera no lo veían bien.


Una ráfaga de viento arrastra unas flores de mulato. La hija está ahora frente a La hija adolescente.


La hija adolescente: La mujer que te dio la vida siempre se ha puesto de tu lado, ha apoyado tus decisiones, tus sueños… Ha influido tanto, que por momentos siento que se ve realizada en lo que has alcanzado. 

La hija: ¿Por eso debo seguir obedeciéndola? Fui su primera hija. Desde que yo era pequeña me contaba sobre su vida una y otra vez, tantas veces, que intenté siempre hacer lo que ella no pudo realizar. Aunque no entiendo por qué no quería dejarme nacer... 

La hija adolescente: No quería que nacieras para tenerte con ella, para tener la certeza que nunca la dejarías.

La hija: Pero de alguna forma me ató a ella, a que pensara siempre en ella, a que viviera por ella…

La hija adolescente: No creo que lo hiciera con esa intención, solo que ella también quería aferrarse a alguien y quién mejor que su hija.


Los tucanes alzan el vuelo. La madre y La hija jóvenes se encuentran con La madre y La hija adultas.


La madre joven: Esa mañana, el pueblo se despertó con alborada, había mucha alegría… por fin llegaba lo que tanto habíamos esperado por años: la escuela. Los niños y las niñas tendrían un lugar donde estudiar…

La hija: Dicen que unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Ella siempre me ha hecho creer que soy de los primeros. Dice que, a pesar de todos los obstáculos, para mí todo ha sido mejor. Me ha hecho creer en el poder de la mente. Primero, la de ella y luego la mía. 

La hija adolescente: No creas que realmente lo has logrado sola. Piensa que ella se aferró a la esperanza de que serías la hija que sobreviviría y te transmitió todo ese optimismo y esa fuerza desde que estabas en su vientre.

La hija: Reconozco que ella me ha impulsado siempre, me ha comprendido, ha respetado mis decisiones, por eso no entiendo por qué ahora se pone del lado de mis hermanos y me quiere hacer sentir que soy culpable de que estemos aquí.

La madre joven: La hermana del padre dijo: “tenés que tener fe y cuando sea el momento, yo atenderé ese parto”. 

La madre: Aquella madrugada de alborada por la inauguración de la escuela, ella llegó. Tomó la niña. La cubrió con una pasta de ruda, ajo y tabaco y me dijo: preparate porque de aquí en adelante todos los embarazos serán logrados. 

La madre joven: ¡Y acertó!, dicho y hecho, son los hijos que ahora tengo. 

La madre: ¡Esa niña fue mi esperanza y me dio las fuerzas para seguir mi vida! Esas fuerzas e ilusiones que ya había perdido. En aquellos años no había nada de controles prenatales, uno de madre no sabía antes del parto si sería niña o niño; por eso, ese momento era determinante. Uno daba gracias a Dios con solo que nacieran con vida y que su cuerpo estuviera completo… 

La madre joven: Esas ilusiones nacieron en este espacio y no es casualidad que ahora que estás con esos recuerdos, ella también esté aquí, donde nació, donde te devolvió la alegría para seguir adelante.

La hija adolescente: Vos has sido siempre el motor de su vida, ahora le duele haber escuchado que tendrás que dejar tus estudios solo por hacer una casa para ella.

La hija: Pero… es cierto, yo estoy renunciando no solo a mis estudios, sino a la vida que tengo, para que sus últimos años los viva bien, sin nostalgia por el lugar donde nacieron sus hijos. ¡Por eso tomé la decisión de la reconstrucción!

La hija adolescente: ¡Debes entenderla!

La hija: ¿Por qué mis hermanos tuvieron que opinar?

La hija adolescente: Porque son parte de nuestra familia y siempre hemos compartido con todos. Pero la de la idea de todo esto es tuya. Vos le dijiste que en cuanto fuera posible la acompañarías para hacer este viaje y ella siempre estuvo esperando este momento, como cuando te tenía en el vientre.

La hija:(Cabizbaja). Tenés razón, el destino nos volvió a llevar a la espera, no había pensado en todo eso. 


Un fuerte sonido emerge de las entrañas de la tierra, todo comienza a moverse y una nube de polvo cubre a las dos mujeres. La madre y La hija jóvenes desaparecen. La hija está paralizada ante el temblor. La madre está tirada en el suelo sin movimiento. La hija reacciona del impacto y se da cuenta que La madre está en el lado opuesto a ella. Se levanta con dificultad y limpia sus ojos. Sobre las piernas de La madre ha caído el único pilar que estaba en pie. 


La hija: ¡Mamá, mamá!¡Auxilio!, ¡ayuda, por favor!


La hija busca a su alrededor algo para levantar el pilar. Solo encuentra un pedazo de machete. Comienza a cavar el suelo, pero la tierra está muy dura. Las réplicas siguen constantes.


La hija: (Cavando desesperadamente). Siempre he temido a la muerte, a los terremotos, a mi reacción ante ellos. 

La madre: ¡Ayúdame!

La hija: (Corre a buscar la botella con agua). ¿Por qué nos arrancaron de este lugar? (Intenta levantar la cabeza de La madre para darle agua). ¿Por qué la guerra nos separó, mamá? ¿Hasta cuándo unos pocos decidirán por la vida de la población de un país? 

La madre: (Débil). ¿Qué decís?

La hija: ¡Ya la sacaré de aquí, no haga ningún esfuerzo! (Cava desesperadamente con el pedazo de machete). ¿Cuántos pechos seguirán secándose y cuántos ojos se enjutarán esperando y llorando a sus hijos? (Sus manos sangran).¿Cuántas maletas estarán sin deshacer? 

La madre: ¡Mis hijos!

La hija: ¿Cuántas personas malvivirán durante años en tierras extrañas, siendo despreciados por no ser de allí, anhelando el momento de volver a su terruño, pero la muerte les llegará antes…? ¡Mamá! (Respira con dificultad y hace una pausa) 

La madre: ¿Dónde estás?

La hija: (Tranquilizándola). ¿Recuerda la ilusión de aquel día en que, después de tantos años, volvimos a este pueblo? Cargaba su mochila verde, como siempre, y aunque quise ayudarla, usted no se desprendió de ella…

La madre: Dame la mochila…


Se escucha una voz de ultratumba “Tu lugar está aquí, siempre te he estado esperando…” La madre se mueve con dificultad bajo el pilar.


La madre: (Débil) ¡Ayúdennos!

La hija: ¡Estoy haciendo todo lo que puedo, mamá! (Solloza).


La madre extiende la mano a La hija e intenta sonreír con una mueca de dolor.


La hija: ¡Dios, por favor, ayúdame!

La madre: (Muy débil). No te preocupés por el pilar, no estoy sola, tu papá y los niños lo están sosteniendo. Alcanzame el vestido que está en la mochila.

La hija: ¿Cuál vestido?

La madre: ¡Por favor, sacá el vestido!


La hija busca desesperadamente y encuentra la mochila que está cubierta de tierra. La abre. Saca y tira al suelo unas partidas de nacimiento, una cuturina y unas llaves. Al fondo de la mochila están un vestido de novia y un documento antiguo. Saca el vestido y cae un trozo de papel con algo escrito del puño y letra de La madre. Lo recoge y lo lee apresuradamente. Vuelve junto a La madre, mete su brazo bajo el pilar, pero pesa mucho. Está agotada. La abraza.


La madre: ¡Tengo frío!

La hija: ¡Para algo servirá el vestido! (La cubre con el vestido de novia y la abraza para que entre en calor). Durante 16 años hemos estado buscando un lugar seguro para estar en paz con el universo y con nosotras mismas. 

La madre: La mochila…

La hija: (Con voz agotada). Usted tenía razón, mamá; tomemos el rumbo que tomemos, siempre volvemos a nuestros orígenes y ese lugar seguro es donde dejamos los mejores momentos de nuestra vida y para nosotras es aquí, en lo que fue nuestra casa de antaño…

La madre: Aquí te esperé nueve meses…

La hija: Este es el espacio que me vio nacer… Aquí están nuestras raíces, las almas de los seres amados que se han quedado estos años esperando nuestro regreso, esperándola a usted.


El árbol de jocote reverdece.


La madre: (Cierra los ojos mientras dice los versos). 

Hubo un día en que todos,

levantamos la vista

buscando la justicia

buscando libertad…


La hija: (Extiende y lee el papel). ¡Esos son los versos que están escritos en este papel!


La madre sigue con los versos.


La madre: Pero haber despertado

y reclamar lo nuestro

nos llevó hasta el exilio

en el mismo país,

donde nos señalaban

y también acusaban

que éramos guerrilleros

y allí no podíamos vivir.

Cuando yo caminaba

huyendo de las bombas

y de los operativos

pensaba que esta tierra

esperaría aquí

y la he soñado tanto,

porque alberga a mis hijos

que un día en mi vientre

me hicieron tan feliz.

La hija: ¡Qué ciertas son las palabras que había escrito en este papel! (Sigue cavando). ¡Cuántos se durmieron esperando ese día en que pudieran circular libremente por su patria, volver a sus pueblos, reencontrarse con su pasado! Nos hemos convertido en aves migratorias, viviendo en lugares que no escogimos, donde muchos nos señalan sin conocer nuestros problemas, ni nuestras raíces, ni nuestra historia... (Deja de cavar. Se acerca a La madre). Mamá, ¿usted escribió esos versos?

La madre: (Débil). Sí, yo los escribí cuando pensé que no volvería a este lugar. 


La cuturina que estaba en la mochila era tuya y el documento es la escritura de este terreno. Todo lo guardo para vos. Solo quiero que sepas que nosotras… aunque estemos bajo la tierra, siempre estaremos juntas...


La hija sigue intentando sacar a La madre, cuando un fuerte sonido la desconcentra y ambas escuchan una voz: “Tu lugar está aquí…” La hija sigue cavando, cavando y repitiendo “mi lugar está aquí”, mientras a su espalda se va haciendo un gran montículo de tierra con lo que ha ido cavando, rodeando al árbol de jocote que está florecido. La madre joven se mece en la mecedora y la hija adolescente se columpia

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