Mensaje en el corazón de una caracola, de Bárbara Muñumer . III Certamen literario Feminista La Corrala
Mensaje en el corazón de una caracola
Mar secreto y tan lejano como los suspiros del viento en un tiempo infinito.
A quienes, alguna vez, fueron mis padres:
Cuando encontréis este mensaje, yo ya estaré muy lejos. Mientras guardo mi voz y mi lamento en el corazón de esta caracola de plata, contemplo el sol coagulado que se derrama sobre un mar sanguinolento porque la Parca lo deshilacha con sus tijeras. Sí, tomé la decisión que vosotros consideráis fatal, pero no podía ser de otro modo.
Debéis de saber que amo el mar y sus profundidades. Yo, sirena de los mares, no estoy hecha para la tierra. Me asfixiaría en el fango de sus pasiones, en la sequedad de su garganta oscura. Si me exigieseis permanecer en sus venas de barro, nunca podría volver a la calma silenciosa de los abismos azules que refulgen como gemas en la noche.
No puedo casarme con un príncipe humano. Me obligasteis a sacar la cabeza del mar cuando yo tenía quince años para que le mostrase lo que consideráis que es mi única cualidad. Él asintió con la cabeza al contemplar mi carne. ¿De verdad podría amar a un hombre que sólo ve en mí un cuerpo bello? ¿Sólo soy una melena de oro líquido? ¿Una cara bonita?
No.
No lo puedo consentir.
Yo no puedo entregar mi alma a quien sólo desea mi cuerpo.
Sí, escapé justo la noche en que me encontrasteis llorando. Os sorprendisteis de que una sirena tuviera lágrimas antes de convertirse en mujer terrestre. También os sorprendisteis de que os suplicara que no quería casarme, que mi vida no atendía a tales fines. No quería transformarme en otra persona. No quería perder mi hogar. Me atasteis las muñecas con cuerdas a una roca afilada como cuchillas. Y allí me dejasteis en mi tormento, para que esperase desesperanzada al barco del príncipe como las focas malheridas son carne para el tiburón.
Durante esa demora horrible y mientras contemplaba el cielo hueco y negro, recordé a tantas y tantas sirenas a las que les habían obligado a abandonar sus sueños marinos. Sus sueños. Mis pensamientos se vieron interrumpidos al avistar las luces rojas del barco del príncipe. Se aproximaba, acechante, como un gran féretro. Mis lágrimas saladas cayeron sobre las olas de perlas.
Mar, mi sueño eterno, no permitas,
no permitas que me marchite en la sequedad de la tierra,
de los hombres rudos que nada más conocen la carne.
Donde los soles de espuma
se derriten entre mares
secos de ardor.
No permitas que me arranquen el alma
y la vida; que yo, Amado mío,
a ti te entrego,
así como mi sangre
ígnea
de sirena.
A nadie más.
Permíteme amarte en tus profundidades cósmicas
que refulgen como universos de mil estrellas
y párpados soñantes.
Así le canté al Mar, a mi amado Mar. Entonces, sus manos de espuma lunar me acariciaron las mejillas. Néctar divino es; elemento tan versátil… Es él el que moldea las rocas con su suavidad, con su blandura. Nunca lo entendisteis. ¿Acaso un pez sabe lo que es el agua? No obstante, yo siempre fui consciente de mi medio. Por ello siempre fui más triste que mis hermanas.
Ya divisaba al príncipe sobre la cubierta de ese barco negro que rajaba las olas con sus afiladas luces sanguinolentas. Una luna amarillenta como una sonrisa torcida salió para descubrirme sus facciones descarnadas y labios húmedos. Se relamían en su saliva salada. Tenía las pupilas clavadas sobre mi torso palpitante. No pude evitar un escalofrío. Yo tiraba de las cuerdas hasta que noté que la sangre no me circulaba por las manos. Mar, Mar, ayúdame, susurré. No permitas, no permitas…
Yo sólo te amo a ti, Mar.
Noté cómo las cuerdas, al contacto con el agua comenzaban a aflojarse. Tiré, tiré hasta que me sangraron las muñecas. La sal me escocía, pero sabía que el escozor es bueno: es el modo en que se curan las heridas. El barco, como un afilado tiburón negro, se erigía a unos diez metros sobre mí. No obstante, una ola, lengua afilada marina, comenzó a zarandearlo. El Mar se elevaba con sus manos oscuras hasta el cielo.
Al fin, con ayuda de la humedad, logré desatarme por completo de esas cuerdas a las que me habíais inmovilizado. Antes de lanzarme a las profundidades, contemplé cómo las olas habían destrozado el barco en astillas y serrín. El príncipe se debatía sobre un tablón negro de madera. El príncipe, ese príncipe con el que queríais casarme, con el que queríais que pasara mi vida, con el que queríais que perdiera todos mis sueños, me lanzó gritos e insultos que olían a muerte, a podredumbre. El Mar, sereno en su soberbia, lo aprisionó entre sus muros,
transparentemente azules,
para acallarlo después
en su silencio blanco.
Al fin, me sumergí en las profundidades del océano. Para algunos son oscuras y no las llegan a entender, como os ocurre a vosotros. Pero yo sí, comprendo al Mar y algunos de sus misterios. Por eso lo amo tanto.
Sus muros azules se abrieron al Cosmos
vientre que derrama
caminos que cruzan el vacío y fronteras de mundos infinitos.
Hasta siempre.
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