PROYECTOS QUE UNEN
La visita de Amalia, cada lunes, sobre las cinco de la tarde, era todo un acontecimiento. Había que dejar las habitaciones bien arregladas y los espacios comunes limpios. Amalia llamaba unas horas antes advirtiéndoles que lo tuvieran todo bien limpio y preparado, que les haría su rutinaria visita.
El sonido del timbre a la hora acordada las ponía en guardia. Apiñadas frente a la puerta, repeinadas y vestidas con sus mejores galas, la recibían ilusionadas entre apretados abrazos y repetidos besos. Amalia, sonriente, se dejaba llevar, diciéndoles que se sentía la mujer más feliz del mundo. Y desde la sinceridad, así era. Amalia, agradecida de todo corazón, se enorgullecía de trabajar por ellas y que la quisieran tanto y se lo demostraran con creces.
La cogían del brazo y se la llevaban de gira por toda la casa. Comenzaba la revisión. Todo impoluto, ni una mota de polvo, cada cosa centrada en su lugar. Con un orden obsesivo increíble. Ella sería incapaz de hacerlo mejor, ¡con lo desordenada que era!
Encima de la mesa del comedor, puestos en fila, seis grandes pastilleros semanales, con el nombre de cada una de las pacientes, le esperaban. Amalia sacaba las cajas de pastillas de su bolso y, mientras les contaba lo que había hecho el fin de semana, iba colocándolas en cada hueco de los pastilleros hasta completarlos y dejarlos preparados. Entonces cada una recogía el suyo y se lo llevaba a su habitación.
Desde que le aprobaran el proyecto “Por una salud mental activa” hasta ponerlo en marcha, habían pasado dos años. ¡La de tiempo que empleó con las administraciones de salud y ayuntamientos hasta sacarlo adelante! Pero no se arrepentía. Fue duro convencerlos acerca de las grandes ventajas que supondrían para las personas con dificultades mentales que llevaran una vida normalizada. Se trataba de darles calidad de vida, una mayor autonomía y bienestar personal. Potenciar su autoestima retroalimentándola. El mayor escollo era hacer frente al coste económico que se necesitaba sólo en sus inicios. Había que encontrar organismos que financiaran pisos para esas personas. Ello suponía llamar a la puerta de entes públicos, que la recibieran y creyeran. Y lo encontró en varios ayuntamientos que se implicaron en ofrecer la vivienda y ayudarles en la inserción laboral. Sanidad, en la que ella trabajaba, haría el resto: Contar con una persona que hiciera el seguimiento para controlar la salud mental de aquellas personas que se encontraban abandonadas por motivos mil.
Como siempre, Amalia, se tomó una infusión de té, acompañada de unas ricas pastas hechas por ellas. Desde que trabajaban en el horno industrial de una panadería, le ponían unas pastitas de originales formas. ¡Qué derroche de creatividad! Pastas con formas de animales, que una de ellas creó y tanto gustaban a los niños y niñas que frecuentaban las tiendas de distribución. Tanto éxito tenían que les encargaban tartas de cumpleaños y otros eventos con forma de sus mascotas o animales preferidos.
Hora de marcharse, la despedida de sentidos abrazos y besos era la mejor medicina que se llevaba Amalia de allí. Se iba al encuentro de otros pacientes que le esperaban con los brazos abiertos. ¡Qué fácil se lo ponían!
Adela Orellana Durán
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