Gestoría Arsenikós (Diego de Acevedo Márquez), de Rafael R. Arroyo Nadales. III Certamen Literario Feminista La Corrala

 

D. Pelayo era hombre culto, trabajador y formal. La gestoría se constituyó por iniciativa suya. Buscó entre sus amigos otro socio, D. Matías, experimentado contable, y persona dispuesta a aportar su trabajo, experiencia y contactos. D. Pelayo puso los fondos necesarios y la titulación académica. Con eso se entronizó como jefe absoluto. Es cierto que su inteligencia era brillante, pero su mentalidad era antigua como la de su homónimo rey asturiano y rancia como el tocino con más de cinco años de antigüedad.

                Convenció a D. Matías, hombre bueno pero apocado de carácter, que al ser dos varones los únicos socios de la empresa, el adjetivo griego Arsenikos (αρσενικος) que se traduce al castellano por “masculino”, era el nombre más adecuado. Dos socios varones porque, según D. Pelayo, las mujeres no servían para trabajar en oficinas. Lo único que podían hacer era distraer con su conversación, marear con sus perfumes y excitar al personal si se exageraban con sus minifaldas y escotes.

                Durante un tiempo se las arreglaron bien los dos solos, pero el negocio prosperó y al cabo de un par de años acordaron ampliar la plantilla contratando a otro empleado. Otro varón por supuesto, eso ni se discutió. Julito, joven de buena familia, aportó al negocio su relación con varias empresas vinculadas con su familia. Aumentó el negocio, sí, pero ni D. Pelayo ni D. Matías se plantearon, ni de lejos, convertir a Julito en socio.

                Fue Andrés Rubio, tío de Julito, cliente de la gestoría y, además, viejo verde donde los hubiera, el que bromeando con D. Pelayo, le sugirió la contratación de una empleada joven y guapa para que contestara el teléfono, tarea que, como todo el mundo sabe, va de perlas a las mujeres. D. Pelayo rio la ocurrencia de su cliente, pero el virus ya había infectado el espíritu machista del empresario y conforme pasaba el tiempo, de la broma tonta pasó a la fantasía erótica, de ahí al deseo impuro y de éste a la lujuria más exacerbada.

                Unos meses después, D. Matías tuvo conocimiento de que una de las mayores cooperativas agropecuarias de la región había sido multada por Hacienda. Se puso en contacto con ellos y les aseguró que por su experiencia como contable podía asegurarle que blindaría sus cuentas de tal modo que serían totalmente impenetrables para Hacienda. Que, incluso, podría rebajar los gastos fiscales de la cooperativa. Consiguió que ésta contratara los servicios de “Arsenikó” y, efectivamente, una vez maquilladas sus cuentas, estuvo claro de que ahorrarían casi un veinte por ciento de impuestos.

                Pero la contrapartida era que el volumen de trabajo de la gestoría aumentaba en un doscientos por cien.

-“Nos vendría bien otro empleado” dijo D. Matías.

- “Una jovencita que conteste el teléfono” contestó con rapidez D. Pelayo

-“No sólo el teléfono, Pelayo. Yo necesitaría alguien con conocimientos de contabilidad.  Podríamos aumentar mucho nuestro trabajo ofertando unos servicios contables atractivos para las empresas.”

Y así fue. Elena, joven, guapa, bien proporcionada de cuerpo, con una voz agradable y una FP de segundo grado apareció como un garbanzo negro en el panorama masculino de “Arsenikó”. Su sueldo se fijó un treinta por ciento más bajo que el de Julito porque, como bien decía D. Pelayo, aunque Julito era, de momento, soltero y sin novia, no dejaba de ser un hombre. Y como tal, llegaría un día en el que formaría una familia.  Y un padre de familia tiene que mantenerla, atender los gastos de su esposa y de sus hijos, mientras que una mujer tiene bastante con un salario que le permita comprarse ropa y pinturas para maquillarse.


                                                                                                   Imagen generada con IA propuesta por el colectivo.

       A Julito se le prohibió de forma terminante que se dedicara a paliquear con “la nueva”. De igual modo, a ella se le prohibieron las faldas cortas y los escotes amplios. Al final se le impuso que llevara un uniforme que debía comprar forzosamente en el establecimiento preferido por Dª Marisa, la esposa de D. Pelayo. La empresa colaboraría en el gasto regalándole un pañuelo para el cuello. En el diseño del uniforme cooperaron tanto Dª Marisa como Dª Margarita, esposa de D. Matías. Si en invierno era incómodo de llevar, en verano, las mangas largas, la camisa cerrada hasta el cuello, el pañuelo  y la falda por la pantorrilla eran una autentica tortura.

-“Si no le gusta que se busque otro trabajo” dijo Dª Margarita que a su natural antipatía sumaba unos celos enfermizos con los que amargaba la vida del pobre D. Matías.

La muchacha sudaba copiosamente porque D. Pelayo decía que el aire acondicionado hacia subir mucho la factura de la luz y sólo permitía que se pusiera en marcha durante dos horas, según él, tiempo más que suficiente para refrescar el ambiente.

D. Pelayo también sudaba lo suyo y a lo largo de la tarde bajaba dos o tres veces al Bar La Cañada situado justo enfrente de la gestoría, para  tomarse una cerveza helada. No tardó en coger una faringitis que le tuvo de baja casi un mes.

D. Matías aprovechó la ausencia de su socio para trasladar a “la nueva” a su despacho. En atención a ella mantenía abierta la ventana para evitar el calor y permitía a Elena desabrocharse el cuello de la camisa. Dos semanas después, ya con más confianza, le permitió desabrochar también el segundo botón.

-“Quítese la rebequita, señorita, hace mucho calor. Esa prenda está bien para los días fríos del invierno, pero ahora con este calor no hace ninguna falta ponérsela. Eso sí, cuando salga usted del despacho tendrá que volver a ponérsela no vayan a pensar mal los compañeros.

Y la pobre Elena, empezó a sospechar que el viejo estaba extendiendo sus tentáculos para envolverla en ellos. Así que dos días después volvió a ponerse la rebeca y a mantener cerrados los botones de la camisa. Cuando le parecía que no podría soportar el calor, miraba al viejo de reojo y, siempre, le descubría con los ojos clavados en ella.

A Julito también le gustaba su compañera pero no sabía cómo acercarse a ella ya que no le permitían salir de la oficina si ella también había salido. Además, desde que D. Matías se la había llevado a su despacho ni siquiera le quedaba el consuelo de verla o cruzar con ella alguna que otra palabra.

Un día se armó de valor y la esperó a la salida. Por su gran timidez había ensayado varias veces ante el espejo cómo la abordaría en la puerta. Pero se quedó de piedra cuando la vio salir del ascensor acompañada por D. Matías que no se despegó de ella hasta llegar a la calle.

También D. Matías seguía a lo suyo y al salir la invitó a tomar algo en la cafetería La Cañada. Elena se horrorizó al ver que el jefe seguía avanzando en su plan. No sabía qué decir y rehusó la invitación con la excusa de una supuesta enfermedad de su madre. En ese momento apareció Dª Margarita cruzando la calle.

-“¡Qué casualidad, Matías! Estaba aburrida en casa y he salido a ver escaparates. Ahora mismo estaba pensando en ti cuando te he visto salir acompañado por esta señorita tan mona.”

-“Buenas tardes, Dª Margarita”, saludo cortésmente Elena. “Qué bien le sienta ese conjunto. Seguro que es de Modas Felisa Martín. A mí también me gusta la línea y el estilo de su moda”

Matías, totalmente descompuesto se acercó a su mujer y tirándole suavemente del brazo en dirección a la zapatería que había allí justo al lado le dijo:

-“Estoy pensando comprarme unos zapatos que he visto en esta zapatería. Mira a ver si te gustan algunos para ti y te los regalo”

Dª Margarita le lanzó una mirada de fuego y le dijo con retintín:

-“¡Qué generoso estás esta tarde! ¿No será que no tienes muy tranquila la conciencia?”

Matías se rio e intentó disimular.

-“Je, je. Que gracia tienes, cariño. ¿De qué voy a tener yo mala conciencia?”

-“Tú sabrás” dijo ella. Y volvió la cabeza para mirar otra vez a Elena.

Julito, junto a la puerta de salida y con la espalda pegada a la pared había asistido en silencio a toda la escena. Pero aprovechó para dar un paso adelante y ponerse junto a la compañera.

Elena conocía de sobra el carácter celoso de Dª Margarita por comentarios del marido. Era un recurso muy manido. Todos los casados cuando intentan ligar con otra mujer empiezan hablando pestes de su esposa. Ese era el elemento que le había hecho ver claras las intenciones de su jefe.

Tanto darle vueltas a la idea de cómo abordar a la compañera y ahora se le presentó la ocasión de improviso.

-“No sé, pero me parece que esta noche se le amarga la cena a D. Matías” dijo el joven.

-“A ver si revienta” se le escapó a Elena.  Se arrepintió de haberlo dicho porque no se fiaba de nadie en el despacho, pero ya lo había soltado y no tenía solución.

Julito suavizó la situación haciendo un chiste:

-“Mejor nos apartamos no sea que salpique”

Elena rio a carcajadas y, conociendo la timidez del muchacho se atrevió a dar el primer paso:

-“Qué te parece si merendamos ahí enfrente. ¿Estaremos lo bastante lejos?”

Julito respiró profundamente. La muchacha acababa de ahorrarle buena parte del trabajo. Toda la vergüenza que esperaba pasar y ahora le estaban dando hecho buena parte del trabajo.

-“Me parece muy bien. Tenía ganas de invitarte.”

-“Y no te atrevías ¿verdad? Qué tontos sois a veces los hombres.” Y se colgó de su brazo.

A Julito le temblaban las piernas. Estaba colorado como un tomate. Si hubiera vuelto la cara habría visto que tanto D. Matías como Dª Margarita se habían vuelto y los estaban mirando.

A la mañana siguiente D. Matías entró en la oficina hecho una furia.

-“Julito. Ayer tuve la desagradable sorpresa de ver a la señorita Elena y a usted entrando en la cafetería de ahí enfrente cogidos del brazo. Usted recordará que cuando la señorita empezó a trabajar con nosotros se les advirtió a los dos que tenían terminantemente prohibido establecer cualquier tipo de relación romántica entre ustedes. Voy a llamar ahora mismo a mi socio D. Pelayo para ponerle en antecedentes. Se les abrirá un expediente a los dos para despedirles.

-“Quédese tranquilo D. Matías. No hay ningún tipo de relación romántica entre nosotros. No veo que tiene de particular que, al salir del trabajo,  los dos merendemos en la cafetería más cercana.

Elena recibió otra bronca por el estilo. Estaba segura de que la idea del despido no podía venir de nadie más que de Dª Margarita. Así que decidió no morir sin luchar.

-“Mire D. Matías. Yo cumplo con mi trabajo y nunca, hasta ahora, ha tenido usted motivo de queja. No he faltado a nada ni a nadie merendando con un compañero de trabajo. Y si hay algo que le moleste a usted personalmente, ¡dígalo!

-“Por favor, señorita, no se ponga así. Usted sabe perfectamente que siempre la he tratado con toda amabilidad y educación. Me he permitido darle confianza, incluso contándole particularidades de mi vida privada. No esperaba ese comportamiento en usted. Comprenda que me veo en la precisión de hacer partícipe a D. Pelayo de esta situación. No obstante, si usted cambia de comportamiento y me demuestra que estaría dispuesta a ser, digamos, más comprensiva conmigo, yo podría demorar esa comunicación a D. Pelayo hasta asegurarme de que su relación con D. Julito no va más allá.”

Elena sintió ganas de vomitar y pensó en la posibilidad de echarle la pota encima al jefe. Pero pudo más su educación y pidió permiso para ir al baño.

Al volver al despacho y encender su ordenador le apareció en la pantalla este mensaje:

-“Nos van a despedir. Anoche Dª Margarita debió arrearle las tortas más fuertes que otras veces porque ha entrado bufando como los pumas. No te preocupes. Voy a preparar una buena andanada de artillería. A propósito, en el Cine Quevedo ponen una buena película bélica. ¿Nos vamos a verla el domingo?”

Ella llenó una línea entera de la pantalla repitiendo la palabra Sí.

A las doce era costumbre tomar un aperitivo. D. Matías la invitó y le pidió que lo acompañara. Elena se negó sin más explicaciones. Antes de terminar la jornada de trabajo D. Pelayo la llamó por teléfono:

-“Señorita Elena me he quedado consternado cuando D. Elías me ha contado cómo D. Julito y usted, a pesar de nuestra expresa prohibición, se han atrevido, con absoluto descaro, a pasear en su presencia cogidos del brazo. D. Elías, con toda razón, me está exigiendo el despido infragante de los dos. Y todo esto aprovechando mi enfermedad. A la falta de respeto se añade el abuso. No sé cómo podría yo solucionar esto evitando males mayores. Créame, señorita cuando le digo que estoy dispuesto a transigir y a olvidarlo todo. Pero me gustaría recibir de usted alguna muestra de arrepentimiento o como dicen los curas, propósito de enmienda. ¿Tiene usted plan para este fin de semana? Conozco una casa rural en la Sierra de las Nieves. Pensaba pasar allí el fin de semana para completar mi convalecencia. ¿Querría usted pasarlo en mi compañía? Le garantizo la más absoluta reserva. Yo la recogería con mi coche en el sitio que usted me indique y, a la vuelta, la dejaría otra vez en algún lugar que no llame la atención.

Elena, segura ya de que sólo podría mantener su empleo transigiendo con los jefes prefirió arriesgarse a tener que buscar otro empleo. Además, ella conocía muchos entresijos de la gestoría y de los clientes.

-“No voy a aceptar su amable oferta. Si quiere despedirme hágalo. Le aseguro de que les voy a denunciar para sacarles hasta el último céntimo que pueda conseguir. Mi contrato no dice nada de qué tipo de relaciones puedo o no puedo mantener con compañeros. Estoy segura de que esa imposición es ilegal, así que tendrá que buscar otro motivo para el despido. La amenaza del despido para convertirme en su amante es un chantaje. Y además muy poco original. Su socio, D. Elías también me tira los tejos. Si quiere guerra la tendrá. Mueva ficha a ver qué pasa.

Y lo que pasó fue que cada cual movió su ficha. Los empleados fueron despedidos. La empresa denunciada. La sentencia del juez consideró el despido improcedente condenando a la empresa a indemnizar a los empleados. Además un lápiz de memoria con pruebas de manejos fiscales poco ortodoxos llegó, no se sabe cómo, a manos de un inspector de hacienda. Un buen rosario de multas salpicó a gestores y empresas defraudadoras.

La nueva gestoría abierta por Julito y Elena se llamó όλα τα ίδια (todos iguales). Ninguno de los dos sabía una palabra de griego, pero Mr. Google siempre está dispuesto a sacarlo a uno de apuros.

 

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