SOLITUDINE | I Certamen literario feminista La Corrala

Este es el tercer texto que nos llegó, enviado por Lucía Elena Rodríguez para el "I Certamen literario feminista La Corrala", llamado: SOLITUDINE.


Llueve. La ventana es como un espejo y lo que veo es gris. Está cayendo con fuerza y el sonido me acompaña.  

Vale que sea muy bueno que llueva, de hecho me animo a pensar en los árboles recibiendo la lluvia, floreciendo con fuerza, irguiéndose hacia el cielo, dejando las gotas rodear sus ramas... así no pienso en que hace frío y que aquí dentro me siento sola. Soy como una leona recorriendo las estancias comunes de mi piso compartido. No hay nadie más en casa. Somos como un chiste de los de antes, un español, un chino, una francesa y yo.  

Andrés estará en casa de algún otro estudiante español. Hace medicina, ¡ay mama! Nos llevamos bien, hay confidencias y yo disimulo que no me importa que estudiara en un colegio del opus. La soledad te quita los prejuicios para que puedas sobrevivir como ser social que eres, lo cual te da oportunidades de vivir situaciones que de otro modo, serían imposibles, como cuando estuve charlando con un amigo suyo que también estudiaba medicina y que vino de visita, con su pulsera banderita, y me contaba que su madre no le dejaba hacer Erasmus y que él tenía muchas ganas de viajar y ver mundo (¡ay! Ojalá, niño, ojalá veas mundo), y yo lo animaba diciendo que porqué no hacía algún voluntariado con alguna ONG cristiana de esas que conocían en su casa... ya, era una situación difícil, ¡habría que haberos visto a vosotras a ver de qué hablabais! Yo les sacaba unos 10 años, y mis rarezas las achacaban a la edad, creo. ¿A quién votarán ahora esos dos? 

Celine tiene clase ahora por la tarde. Nos comunicamos en inglés, ella sin pronunciar las H y yo pronunciándolas como J, también chapurreamos italiano, francés y castellano, así es más divertido. Nos cuenta anécdotas como aquella vez que nos explicó la de aditivos alimentarios que se introducen en las hamburguesas de las cadenas grandes, que yo no me pienso comer, mientras ella se zampaba una de esas hamburguesas. Monta a caballo y todavía a día de hoy la veo en Facebook saltando por encima de vallas de madera pintadas de blanco. Ella tiene la habitación individual y yo tengo la habitación doble, pero para mí sola. 

Sola y libre. 

No siempre he querido mantener mi preciada soledad, hubo un tiempo en el que no me hubiera importado compartir la habitación con Pam, pero finalmente decidió compartir piso con otras dos estudiantes chinas que vinieron con ella. Fue una buena solución porque mantuvimos amistad sin empacharnos, al fin y al cabo, Pam (nos facilitó la vida buscando una forma posible de nombrarla) llegó hablando chino e inglés y en cuatro meses tenía que aprender italiano y prepararse las pruebas de acceso a la universidad. Estudiaba durante muchísimas horas y sacaba fuerza para sonreír y visitar alguna ciudad. Es una chica admirable. Me decía que ella era rara dentro de su entorno porque tenía terminados los estudios superiores y en vez de casarse había decidido acogerse al programa Marco Polo para intentar estudiar en Italia. Y lo consiguió, no con una nota altísima, pero estuvo en Bari después de que yo me fuera.  

A Pam la conocí por mi otro compañero de piso, Quiam. Un chaval de 19 años que estudiaba turismo y trabajaba en un restaurante japonés. Sonreía y decía ¡oh, ma Lady Gaga! En vez de la típica expresión italiana ¡Madonna! ¡Y yo me tronchaba de la risa! A pesar de que vivíamos en el mismo piso no tuvimos tanto tiempo para charlas porque ser pinche de cocina, tener que aprenderse italiano, inglés y castellano, y estudiar un grado lo tenía algo ocupado. El tío tuvo tiempo de presentarme a un montón de colegas y la verdad es que disfruté mucho con esa pandilla que trató de enseñarme a jugar al pin pon y de aprender de mí algo de español. Fuimos juntos al Festival de cine asiático y nos veíamos en el comedor a veces. Incluso antes de que me volviera me hicieron una despedida y cocinaron para mí dos de las chicas del grupo, una de ellas heredó mi bicicleta, ellas vivían en un apartamento en otra zona de la ciudad y me hicieron la típica broma con el picante. Con una sonrisa, como siempre. Ha dejado de llover, voy a bajar a la sala de estudios y así pillo algo de wifi y me da el aire antes de seguir estudiando. No sé si ir por la calle de las putas o por el otro camino, aun no se ha hecho de noche. La sala está abierta hasta las doce, y aunque no os lo creáis, allí me concentro mejor que en casa.  El piso está al lado de la estación de tren en el Bronx de la ciudad, no verás a un italiano de bien vivir aquí. Y ningún italiano de bien vendrá a visitarte aquí. Pero el barrio, quitando lo malo, no está mal, y es un piso con mucha luz, un salón grande y dos terrazas. Bueno, una de ellas después de que sacáramos las cajas de botellines y la señal de tráfico resultó ser un hermoso lugar donde desayunar cuando llegó el buen tiempo. Yo allí me fumaba mi cigarro, porque por aquel entonces todavía fumaba.  

Voy a la sala de estudios andando porque si voy con la bici no puedo con el paraguas y no quiero que se moje el ordenador. Me reciben amables un grupo de gente que toma café cerca de la máquina. Hay ya muchas caras conocidas. Busco un sitio libre y al pasar la mirada reconozco algunas caras más. Toco el hombro de Natalia y le indico donde me voy a sentar. Ella me contesta en brasileño que después van a ir a cenar al comedor de Mancini, y yo le digo que me apunto. 

Natalia me ayudó a sentirme como en casa con su lengua que es la de mi madre. Me encantaba charlar con ella y chapurrear. También pude hablar un montón con Margarida, la portuguesa que estudiaba enfermería y que a día de hoy sigue en algún hospital de Reino Unido trabajando, ya desde hace años. Cogí mucho cariño a aquellas muchachas que tenían problemas tan diferentes a los míos y que me buscaban como a una hermana mayor. Disfruté mucho también con los matices del portugués a uno y otro lado del océano. Bromeábamos con la pronunciación de uno y otro grupo. Bueno, con el idioma y las pronunciaciones bromeábamos siempre, sobre todo Darima, la rusa, ella nos observaba con la boca abierta y luego trataba de imitar los sonidos para hacernos reír.  A Darima la conocí en el curso de italiano para estudiantes extranjeros y extranjeras. Era una chica tímida, en apariencia, pero luego se soltaba y era súper divertida, era un amor. Hacía un doctorado en física, pero se equivocó de destino. Tenía un alto control del inglés sin embargo no lograba hacerse con el italiano. Decía que no lograba hacer amistad con la gente de su facultad, notaba cierto racismo hacia su aspecto asiático y no conocer el idioma trababa más aún la posibilidad de relacionarse. Muchos días la vi realmente triste. Libre, pero sola. Me contaba que sus padres tenían una clínica dental y que ella iría a trabajar allí porque de lo suyo no era muy probable que hubiera empleo. Darima disfrutaba escuchando cosas que yo le contaba de lugares de mi mundo que ella pensaba que jamás podría visitar. Y yo soñaba con poder ir algún día a conocer aquella región de la que me hablaba cerca de Mongolia y del lago Baikal. Ella no solía ir a los comedores porque vivía en una residencia de estudiantes y hacía allí las comidas, pero tratábamos de encontrarnos para ir algún jueves al encuentro en el Babel, un bar donde se juntaba gente de todo el mundo a hablar y aprender lenguas. Con Darima y con Pam hice alguna excursión. Una china, una rusa y yo, hablando inglés y bebiendo capuccino en el norte de Italia. 

En el curso de italiano conocí a gente muy maja, de Letonia, Polonia, Alemania, Turkía, Cantabria (sí, un chaval muy majo que cantaba igual que Serrat la del Mediterráneo). Hablábamos en inglés (hasta el cántabro y yo a veces aunque no hubiera nadie más en la conversación). En inglés, a la que menos se le entendía era a Amy que trabajaba de au pair y tenía una pronunciación demasiado perfecta de su propia lengua, con un vocabulario totalmente desconocido para el resto de aprendices de italiano. Le decíamos “you must study english Amy, nobody understand you” y nos reíamos mucho. O cuando Zafer dijo “womans” y Amy se tiraba de los pelos. Qué bien lo pasábamos a veces. Me vienen a buscar para ir a cenar, “¡son ya las 19:30h!”, es el norte de Europa y los horarios son otros distintos a los que nos manejamos en España. Mi estómago y yo nos hicimos rápidamente a esa costumbre, y si luego me acostaba tarde y me daba hambre, pues siempre tenía la opción de picar algo en casa, fácil. En Mancini... bueno, ya os lo cuento otro día, que me voy a cenar.


Texto nº 3. Recibido el 18/3/2022. I Certamen literiario feminista La Corrala.

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